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El Tesoro De Gaston
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El Tesoro De Gaston
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En fin, ¡qué remedio! Hay que tomar el tiempo como viene, y el tiempo venía para Gastón muy calamitoso. Mientras el simón, con desapacible retemblido de vidrios, daba la breve carrera, Gastón pensaba en mil cosas nada gratas ni alegres. El cansancio físico luchaba con la zozobra y la preocupación, mitigándolas. Sólo después de refugiado en su linda garçonnière; sólo después de hacer chorrear sobre las espaldas la enorme esponja siria, de mudarse de ropa interior y de sorber el par de huevos pasados y la taza de té ruso que le presentó Telma, su única sirviente actual, excelente mujer que le había conocido tamaño; sólo en el momento, generalmente tan sabroso, de estirarse entre blancas sábanas después de un largo viaje, decidiose Gastón a mirar cara a cara el presente y el porvenir.
Agitose en la cama y se volvió impaciente, porque divisaba un horizonte oscuro, cerrado, gris como un día de lluvia. Arruinado, lo estaba; pero apenas podía comprender la causa del desastre. Que había gastado mucho, era cierto; que desde la muerte de su madre llevaba vida bulliciosa, descuidada y espléndida, tampoco cabía negarlo. Sin embargo, echando cuentas (tarea a que no solía dedicarse Gastón), no se justificaba, por lo derrochado hasta entonces, tan completa ruina. El caudal de la casa de Landrey, casi doblado por la sabia economía y la firme administración de aquella madre incomparable, daba tela para mucho más. ¡Seis años! ¡Disolverse en seis años, como la sal en el agua, un caudal que rentaba de quince a diez y siete mil duros!
Acudían a la memoria de Gastón, claras y terminantes, las palabras de su madre, pronunciadas en una conferencia que se verificó cosa de dos meses antes de la desgracia.
-Tonín -había dicho cariñosamente la dama-, yo estoy bastante enfermucha; no te asustes, no te aflijas, querido, que todos hemos de morir algún día, y lo que importa es que sea muy a bien con Dios; lo demás... ¡ya se irá arreglando! Siento dejarte huérfano en minoría, pero pronto llegarás a la mayor edad, y así que dispongas de lo tuyo, acuérdate de dos cosas, hijo... Que ni hay poco que no baste ni mucho que no se gaste, y... que no debemos ser ricos... sólo... ¡para hacer nuestro capricho, olvidándonos de los pobres
Agitose en la cama y se volvió impaciente, porque divisaba un horizonte oscuro, cerrado, gris como un día de lluvia. Arruinado, lo estaba; pero apenas podía comprender la causa del desastre. Que había gastado mucho, era cierto; que desde la muerte de su madre llevaba vida bulliciosa, descuidada y espléndida, tampoco cabía negarlo. Sin embargo, echando cuentas (tarea a que no solía dedicarse Gastón), no se justificaba, por lo derrochado hasta entonces, tan completa ruina. El caudal de la casa de Landrey, casi doblado por la sabia economía y la firme administración de aquella madre incomparable, daba tela para mucho más. ¡Seis años! ¡Disolverse en seis años, como la sal en el agua, un caudal que rentaba de quince a diez y siete mil duros!
Acudían a la memoria de Gastón, claras y terminantes, las palabras de su madre, pronunciadas en una conferencia que se verificó cosa de dos meses antes de la desgracia.
-Tonín -había dicho cariñosamente la dama-, yo estoy bastante enfermucha; no te asustes, no te aflijas, querido, que todos hemos de morir algún día, y lo que importa es que sea muy a bien con Dios; lo demás... ¡ya se irá arreglando! Siento dejarte huérfano en minoría, pero pronto llegarás a la mayor edad, y así que dispongas de lo tuyo, acuérdate de dos cosas, hijo... Que ni hay poco que no baste ni mucho que no se gaste, y... que no debemos ser ricos... sólo... ¡para hacer nuestro capricho, olvidándonos de los pobres