No importa que el mito del Minotauro esté en esta pieza reproferido en sus pasajes más memorables. Tampoco importa mucho que el lugar geográfico donde sucede pueda yuxtaponer Cnosos con Trecén con Atenas y sea más parecido a ambas costas del Río de la Plata que a la minoica isla de Creta o la micénica península del Mediterráneo (el emplazamiento puede ser una mera excusa). Lo que importa es que
Laberintos
nos cuenta una historia universal. Por lo tanto, es una historia tan clásica como actual gracias a que se ubica en un no-espacio y un no-tiempo: la Grecia mítica.
Esta es una obra circular y, también, espiralada. El juego es mirar hacia arriba y ver allí el hilo que iniciará la salida. Dicen que
es una historia de engaños. Todo está enredado, todo es confusión. La ilusión produce errores al extremo de que, quien haya percibido la verdad, está en peligro de rechazarla por sospecharla engañosa. En ese instante, se afianza el error. Mientras tanto, asistimos a la descomposición de un mundo y al advenimiento de otro que, indefectiblemente, también se descompondrá. Y toda esta madeja está para desenrollarse, como ese ovillo que nos ofrece la entrada en el laberinto y la salida de él. Así descubrimos la gran trampa, la maravillosa mentira de todo laberinto: en las vueltas y revueltas observamos, atónitos, que la única salida es hacia arriba.
Laberintos. La verdad crea monstruos
se estrenó el 15 de septiembre de 2012 en el teatro El Cubo de Buenos Aires, con el auspicio de la Fundación Helénica en Argentina.