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Las Razones de Georgina
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Barnes and Noble
Las Razones de Georgina
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Ella era ciertamente una muchacha peculiar, y si al final él sintió que no la conocía ni la entendía, no es sorprendente que al comienzo pensara de igual forma. Al inicio, sin embargo, él experimentó lo que no percibió al final: que, una vez afianzada su relación gracias a las circunstancias, la peculiaridad de la joven se materializaba en un encanto al que era imposible oponerse o resistirse. Él tenía la extraña impresión (en ocasiones venía a ser una auténtica aflicción que, moralmente hablando, le sacudía los sentidos con la agudeza de una repentina punzada de neuralgia) de que sería mejor para ambos que interrumpieran su relación de inmediato y nunca se volvieran a ver. En años posteriores, él consideró este sentimiento como una premonición, y recordó dos o tres ocasiones en las que estuvo a punto de expresarlo a Georgina. Claro que nunca llegó a hacerlo; había múltiples buenas razones para ello. El amor feliz no está dispuesto a asumir deberes desagradables; y ni los serios presentimientos, ni la peculiaridad de su amada o la insufrible descortesía de sus padres impedían que el amor de Raymond Benyon fuera feliz. Georgina era una muchacha alta y rubia, de ojos bellos y fríos y una sonrisa cuya perfecta dulzura, proveniente de sus labios, rebosaba armonía. Tenía el cabello de color castaño rojizo, de un tono que podría calificarse como verdaderamente espléndido, y parecía moverse por la vida con una elegancia majestuosa, como habría caminado al son de un anticuado minueto. Los caballeros relacionados con la Marina tienen la ventaja de ver muchos tipos de mujeres; pueden comparar a las damas de Nueva York con las de Valparaíso, y a las de Halifax con las del Cabo de Buena Esperanza. Raymond Benyon había disfrutado de estas oportunidades y, siendo admirador de las mujeres, había aprendido su lección; se encontraba en una posición que le permitía apreciar las bellas cualidades de Georgina Gressie.